Sid Ahmed y la oruga

Sid Ahmed había salido a pie para ir en preregrinación a La Meca, partiendo del Sahara donde había dejado a su mujer y a sus siete hijos.
Por grande que fuera su piedad no dejaba de inquietarse por su familia, y durante una noche de descanso tuvo un sueño extraño.
Se veía en una playa, y poco a poco, lejos de la orilla penetraba dentro del océano.
El agua le llegó a las rodillas, luego hasta la cintura, después hasta el pecho. La corriente lo hacía vacilar. Afortunadamente vio una roca que emergía a su alcance. Se refugio en ella.
Entonces una voz le ordenó hendir la roca.
Desprendió lo que pudo de la piedra de la cima, y eso le permitió descubrir, en el hueco que había quedado, una pequeña oruga.
Estaba ocupada en comer una hoja de una minúscula planta marina que tenía solo dos hojas.
El peregrino se agachó para mirar más de cerca como se retorcía aquel pequeño ser, y se preguntaba cómo había podido subsistir hasta aquel día, y sobre todo cómo iba a poder sobrevivir cuando hubiese acometido la segunda y última hoja.
La oruga se comió bastante deprisa la hoja, y enseguida se dispuso a comerse la otra.
Sid Ahmed, cada vez más interesado, se acercó con curiosidad un poco más y vio con estupefacción como ante sus ojos se formaba otra hoja en el mismo lugar de la anterior, mientras la oruga se comía la otra…
Entonces escuchó una voz que decía:
-Dios no se olvidó de esta oruga. ¿Cómo se va a olvidar de tus hijos?

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