Ser la flor
Cuando un Sultán recibió la visita de un derviche, con quien rivalizaba en sabiduría, le propuso un enigma. Le llevó a una habitación de su palacio donde unos prodigiosos artesanos habían llenado el espacio de flores artificiales. Parecía un milagroso prado, donde múltiples flores desprendían su aroma y se balanceaban suavemente bajo el efecto de una desconocida brisa.
-He aquí mi enigma – dijo el sultán – una de estas flores, sólo una, es una flor de verdad. ¿Puedes señalármela?
El derviche miró atentamente a su alrededor. Recurrió a lo más delicado de su sensibilidad, de todas las fuerzas de su concentración.
-No puedo señalar la flor de verdad.
Entonces, como estaba sudando, le dijo al Sultán:
-Aquí hace un calor poco habitual. ¿Puedes pedirle a uno de tus sirvientes que abra una ventana?
El Sultán ordenó que se abriese una ventana.
-He aquí la verdadera flor – dijo el derviche un momento más tarde.
Una abeja que había entrado por la ventana acababa de posarse en la única flor de verdad.
Si siempre es difícil ser derviche, dicen los comentaristas de esta historia, es todavía más difícil ser abeja. Pero lo más difícil, en todas las épocas, es ser la flor.