Nasrudín paseaba cerca de un pozo, cuando sintió el impulso de mirar adentro. Era de noche y, al escudriñar la profundidad del agua, vio el reflejo de la luna.
-¡Debo salvar la luna! – se dijo – de otro modo nunca menguará y el mes de Ramadán no terminará nunca.
Cogió una cuerda y la arrojó dentro del pozo mientras exclamaba:
-¡Manténte firme, no te descorazones ya llega el socorro!
La cuerda quedó enlazada en una roca dentro del pozo y Nasrudín tiraba con todas sus fuerzas cuando, de pronto, se soltó del fondo y cayó de espaldas. Mientras se hallaba tendido jadeante, vio la luna surcando el cielo.
-Me alegra haberte sido útil – dijo Nasrudín – fue una suerte que yo justamente pasara por aquí, ¿no es cierto?