La mujer Omeya

Cierta mujer de la desventurada familia de los Omeya se había hecho sufí y fue a visitar a la reina del clan de El-Mahdi, que había reemplazado a los Omeya. La misma reina era conocida como una mujer llena de delicadeza y de compasión. Cuando vio la famélica y harapienta figura de la pobre princesa de los Omeya ante la puerta, le rogó que entrase y se preparó para proporcionarle palabras de consuelo y presentes que aliviasen su evidente penuria. Pero en cuanto la princesa de los Omeya dijo:
-Soy hija del clan de los Omeya…
La reina olvidó su caridad y gritó:
-¡Una mujer de los malditos Omeya! Has venido, sin duda alguna, a mendigar, olvidando las cosas que tu gente hizo a nuestra familia, cómo los oprimieron y trataron sin piedad, dejándolos sin más recursos que la misericordia de Dios…
-No – dijo la princesa de los Omeya – no he venido a pedir simpatía, perdón o dinero. Vine a ver si la familia de El-Mahdi había aprendido a comportarse igual que sus predecesores, que no sabían cómo hacerlo: los despiadados hijos de los Omeya o la conducta que deploráis fue una enfermedad contagiosa que terminará sin duda con la caída de los que la contraigan.
La princesa de los Omeya se marchó y desde entonces nunca se la encontró en ninguna parte.
Pero sólo conocemos esta historia a través de las palabras de la reina de El-Mahdi, y tal vez haya sido así la causa de algún avance en la conducta humana, en algún lugar.

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