El hombre que se arrastraba por el desierto

Había una vez un hombre que se arrastraba por el inmenso y candente desierto, a punto de morir de sed, tuvo un último pensamiento:
-Dios mío si pudiera tener un poco de agua para no morir
En ese preciso momento brotó en las arenas un manantial de agua fresca y cristalina y el hombre bebió hasta saciar su sed. Cuando hubo terminado se dijo:
-Dios mío si pudiera tener un poco de sombra…
Inmediatamente surgió en la arena un hermoso árbol con una gran copa y allí se reguardó y descansó durante un tiempo. Estaba maravillado por el prodigio. Luego pensó_
-Dios, si pudiera tener algo de comida…
Dicho esto, una gran mesa llena de todo tipo de manjares apareció delante de él y comió y comió hasta que que no pudo más. Recuperado, se apoyó en el árbol contemplando la mesa llena de comida y el manantial de agua. Era dichoso, Dios le había escuchado. En ese momento pensó:
-Dios mío si me concedieras una casa…
Fue tener este pensamiento y una espléndida vivienda apareció ante él, se levantó y corriendo entró en la casa y descubrió que estaba preparada para habitarla inmediatamente, llena con enseres que nunca antes había podido imaginar, era en realidad un lugar muy confortable.
Estaba apoyado en la puerta de la casa mirando el magnifico lugar que se le había concedido cuando pensó:
-Dios mío, si pudiera tener una compañera…
En ese instante pudo ver a lo lejos una figura que se acercaba. Era una mujer, era la mujer de sus sueños que estaba allí, delante de él, sonrieron y se abrazaron. Era inmensamente feliz y se dijo:
-¡Gracias Dios mío, soy tan feliz!…no sé si me merezco tanto.
En ese momento la mujer desapareció y también la casa y el árbol, y el manantial se secó. Hoy día aun hay un hombre arrastrándose por el desierto

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