Del origen del oro

Cada día, muy de mañana, envía el Sol a sus hijos, los rayos, a la tierra, con fin de calentarla y hacer de esta manera, posible la vida de animales, plantas y hombres. Así recorren alegremente la faz del planeta hasta el ocaso, momento en que el padre Sol los llama a descansar.
Cierta mañana, al llegar a la Tierra, oyeron los rayos como ésta se lamentaba de su suerte en los siguientes términos:
-¡Ay, cúanto tiempo me dejáis sola. Qué largas se me hacen las noches, a la espera impaciente de vuestro regreso!
Los rayos hicieron oídos sordos a sus quejas; pero la Tierra insistía cada mañana en sus lamentos, hasta obtener respuesta de los hijos del Sol:
-En verdad que también nosotros te amamos de corazón, por ese hemos decidido quedarnos contigo para siempre.
Cuando a la caída de la tarde, el Sol convocó a sus hijos, éstos hicieron caso omiso de su llamada, excusándose de esta manera:
-¿Como puedes pedirnos que dejemos a nuestra amada Tierra tantas horas a oscuras y llorando de frío?.
El Sol les exigió obediencia, pero muchos de ellos permanecían remisos; de modo que las estrellas decidieron intervenir:
-Somos nosotras quienes iluminamos de noche a la Tierra.
Pero los rebeldes rayos argumentaron:
-Vuestro destello no es suficiente para calentarla – y, de común acuerdo, determinaron quedarse.
En castigo a su obstinación, el Sol dictó su terrible sentencia:
-Quedáis, desde hoy, excluidos para siempre de mi casa. Viviréis en la Tierra misma, mas no en su faz externa, sino en su vientre. Ya nunca volveréis a emitir luz ni a derramar alegría.
-¿Cómo podrá ser esto?, se preguntaban alarmados los retoños solares. Pero el ardoroso astro continuó diciendo:
-Aunque hijos míos y puros de nacimiento, corromperéis a los hombres que frecuenten vuestra compañía. Seréis sumamente codiciados, y, por vuestra posesión, se enfrentarán entre si los humanos, llegando incluso hasta la muerte. Seréis para ellos, más que alegría y calor, fuente de sangre y de lágrimas.
Tal como profetizara el Sol, los rayos perdieron gracia e ingravidez, tornándose duras y pesadas piedras que quedaron aprisionadas en el vientre rocoso de la Tierra. Se les conoce como vetas de oro.

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