Cómo fue obtenido el conocimiento
Había una vez un hombre que decidió que necesitaba conocimiento. Partió en su búsqueda, dirigiéndose hacia la casa de un sabio.
Al llegar dijo
-¡Sufí, eres un hombre sabio! Permíteme poseer una parte de tu conocimiento para que pueda hacerlo crecer y convertirme en una persona de algún valor, pues siento que nada soy.
El Sufí dijo:
-Puedo darte conocimiento a cambio de algo que yo necesito. Ve y tráeme una pequeña alfombra, pues debo dársela a alguien, quien así podrá continuar nuestro trabajo sagrado.
Fue así como el hombre partió. Llegó a una tienda de alfombras y dijo al dueño:
-Dame una alfombra, una pequeña bastará, pues debo dársela a un Sufí que me dará conocimiento. Él necesita la alfombra para entregársela a alguien que podrá así continuar nuestro trabajo sagrado.
El mercader de alfombras dijo:
-Estás describiendo tu situación, el trabajo del Sufí y las necesidades del hombre que ha de usar la alfombra. ¿Qué hay de mí? Yo necesito hilado para tejer la alfombra. Tráeme un poco y te ayudaré.
De manera que el hombre partió en búsqueda de alguien que le pudiera dar hilado.
Cuando llegó a la choza de una hilandera le dijo:
-Hilandera, dame hilado. Lo necesito para el mercader de alfombras que así me dará una alfombra, que daré a un Sufí, que se la dará a un hombre que deberá hacer nuestro trabajo sagrado. A cambio, yo obtendré lo que quiero: el conocimiento.
La mujer respondió inmediatamente:
-Tú necesitas hilado, ¿qué hay de mí? No me interesa tu charla acerca de ti, de tu Sufí, de tu mercader de alfombras, ni del hombre que necesita la alfombra. ¿Qué hay de mí? Yo necesito pelo de cabra para hacer hilado. Consígueme un poco y tendrás tu hilado.
De modo que el hombre se puso en marcha hasta encontrar a un pastor de cabras, a quien contó sus necesidades. El pastor dijo:
-¿Qué hay de mí? Tú necesitas pelo de cabra para comprar conocimiento; yo necesito cabras para proveer pelo. Consígueme una cabra y te ayudaré.
De manera que el hombre se marchó en búsqueda de alguien que vendiese cabras.
Cuando encontró a tal persona le contó sus dificultades y el hombre le dijo:
-¿Qué sé yo del conocimiento o de hilado o de alfombras? Todo lo que sé es que cada uno parece cuidar sus propios intereses. Hablemos, en cambio, de mis necesidades y, si tú puedes satisfacerlas, entonces hablaremos de cabras, y tú podrás pensar todo el tiempo que quieras sobre el conocimiento.
-¿Cuáles son tus necesidades? -, preguntó el hombre.
-Yo necesito un corral donde guardar mis cabras de noche, pues se están extraviando por los alrededores. Consígueme un corral, y luego pídeme una o dos cabras.
De modo que el hombre partió en búsqueda de un corral. Sus averiguaciones lo condujeron a un carpintero que dijo:
-Sí, puedo fabricar un corral para la persona que lo necesita. En cuanto a lo demás, podrías haberme ahorrado el tener que escuchar los detalles, pues simplemente no tengo interés en alfombras o conocimiento u otras cosas. Pero tengo un deseo y te convendría ayudarme a conseguirlo, pues de lo contrario no te ayudaré a conseguir tu corral.
-¿Y cuál es ese deseo? – preguntó el hombre.
-Yo quiero casarme y parece que nadie se casará conmigo. Procúrame una esposa y entonces hablaremos sobre tus problemas.
El hombre se marchó. Y después de hacer exhaustivas averiguaciones encontró una mujer que dijo: Conozco una mujer cuyo único deseo es casarse con un carpintero, exactamente como el que tú describes. De hecho, ha estado toda su vida pensando en él. Debe ser alguna suerte de milagro que él realmente exista y que ella logre saber de él por medio de nosotros. ¿Pero qué hay de mí? Cada uno quiere lo que quiere, y las personas aparentan necesitar cosas, o desear cosas, o imaginan que necesitan ayuda, o realmente quieren ayuda, pero no se ha dicho aún nada sobre mis necesidades.
-¿Y cuáles son tus necesidades? – preguntó el hombre.
-Quiero solamente una cosa, y la he querido toda mi vida – respondió la mujer – ayúdame a conseguirla y será tuya cualquier cosa que yo posea. Lo que yo quiero, ya que he experimentado todo lo demás, es el conocimiento.
-¡Pero no podemos obtener el conocimiento sin la alfombra! – dijo el hombre.
-No sé lo que es el conocimiento, pero estoy segura de que no es una alfombra – contestó la mujer.
-No – respondió el hombre, dándose cuenta de que debía ser muy paciente con la joven – para el carpintero podremos conseguir el corral para las cabras. Con el corral para las cabras podremos conseguir el pelo de cabra. Con el pelo de cabra podemos conseguir el hilado. Con el hilado, la alfombra. Y con la alfombra, podremos conseguir el conocimiento.
-Me suena absurdo, y en lo que a mí respecta, no iré a esos extremos – respondió la mujer.
A pesar de las súplicas del hombre, la mujer lo obligó a retirarse.
Tantas dificultades, y la confusión que estas le produjeron, al principio le hicieron casi desesperar de la raza humana. Se preguntaba si podría usar el conocimiento, cuando lo obtuviese, y se preguntaba por qué todas esas personas pensaban únicamente en sus propios intereses.
Y poco a poco comenzó a pensar solamente en la alfombra Un día este hombre erraba por las calles de un pueblo de mercaderes, murmurando.
Cierto mercader le oyó y se acercó para comprender sus palabras. El hombre decía:
-Se necesita una alfombra para entregarla a un hombre, de modo que él pueda hacer este sagrado trabajo nuestro.
El mercader se dio cuenta de que había algo excepcional en este errante viajero, y se dirigió a él:
-Derviche errante, no entiendo tus palabras pero tengo profundo respeto por una persona como tú, que se ha embarcado en el Sendero de la Verdad. Ayúdame, por favor, si quieres, pues yo sé que las personas del camino Sufí cumplen una misión especial en el mundo.
El viajero levantó su vista, vio la angustia en la cara del mercader, y le dijo:
-Estoy sufriendo y he sufrido. Tú, indudablemente, estás en apuros, pero yo nada tengo. Ni siquiera puedo conseguir un poco de hilado cuando me hace falta. Pero pídeme y haré todo lo que pueda.
-Sabrás, hombre afortunado – dijo el mercader – que tengo una única hija. Ella está sufriendo de una enfermedad que la ha hecho languidecer. Ven a verla y quizá puedas curarla.
Era tal la angustia del hombre y tantas sus esperanzas, que el viajero lo siguió hasta el lecho de la joven.
En cuanto ella lo vio, dijo:
-No sé quién eres pero siento que quizás puedas ayudarme. De todos modos, no hay otra persona. Estoy enamorada de tal y tal carpintero…
Y nombró al hombre a quien el viajero había pedido que hiciese el corral para las cabras.
-Tu hija quiere casarse con cierto respetable carpintero a quien yo conozco – le dijo al padre.
El mercader estaba alborozado, pues había pensado que la charla de la joven sobre el carpintero había sido el síntoma, no la causa de su enfermedad. De hecho, había pensado que estaba loca.
El viajero fue a ver al carpintero, quien construyó el corral para las cabras. El vendedor de cabras le dio algunos excelentes animales. Los llevó al pastor de cabras, que le dio pelo de cabra, que llevó a la hilandera, quien le dio hilado. Entonces llevó el hilado al vendedor de alfombras, recibiendo de él una pequeña alfombra.
Llevó esta alfombra al Sufí. Cuando llegó a la casa del sabio, éste le dijo:
-Ahora puedo darte el conocimiento. Pues no hubieras podido traer esta alfombra a menos que hubieses trabajado para la alfombra y no para ti mismo.