Ceguera
Se cuenta que Mahmud de Ghazna se hallaba un día paseando en su jardín cuando tropezó con un derviche ciego que dormía detrás de un seto. En cuanto se despertó, el derviche gritó:
-Eh tú, ¡torpe patán! ¿Acaso no tienes ojos, que tienes que pisotear a los hijos de los hombres?
El compañero de Mahmud, que era uno de sus cortesanos, gritó:
-¡Tú ceguera sólo tiene parangón con tu estupidez! Puesto que no puedes ver, tendrías que ser doblemente cuidadoso con la persona a la que estás acusando de actitud descuidada.
-Si por esto estás queriendo decir – dijo el derviche – que no debería criticar a un sultán, eres tú quien deberías caer en la cuenta de tu superficialidad.
Mahmud quedó impresionado de que un hombre ciego supiera que estaba en presencia del rey, y dijo apaciblemente:
-¿Por qué, oh derviche, debería un rey tener que escuchar tus improperios?
-Precisamente – dijo el derviche – porque es la coraza, que la gente de cualquier categoría utiliza frente a las críticas, la causante de su desgracia. Es el metal pulido el que reluce con mayor brillo, el cuchillo afilado con la piedra de afilar el que corta mejor, y el brazo ejercitado el que es capaz levantar peso.