Barba
Un maestro sufí tenía un discípulo particularmente cuidadoso de su persona y muy especialmente de su barba. La llevaba majestuosa y florida; la mantenía con gran delicadeza, alisándola, acariciándola, perfumándola y expresando, gracias a ella, el verdadero perfil del perfecto creyente.
Sin embargo, un día sintió la necesidad de confiar al sufi su infortunio espiritual:
-Maestro, he seguido escrupulosamente tus enseñanzas, pero sin éxito: ni la menor iluminación, ni el más ligero signo de aceptación divina, nada. Dime, ¿qué es lo que no hago bien?
-Vuelve mañana – dijo el maestro – y tendrás una respuesta.
A la mañana siguiente el maestro le dijo:
-Dios dice que consagras más atención a tu barba que a Él.
El discípulo, desesperado, la emprendió con su barba y comenzó con ambas manos a arrancarse grandes mechones de pelos.
-Mira – cuchicheó la Voz Celeste al oído del sufi – en verdad, sólo le interesa su barba.