Ahangar y el valle del Paraíso

Ahangar era un extraordinario forjador de espadas que vivía en uno de los remotos valles de Afganistán. En tiempos de paz construía arados de acero, herraba caballos y sobre todo cantaba.
La gente de los valles escuchaba con ilusión las canciones de Ahangar, a quien se conoce con nombres distintos en Asia central. Iban a escuchar sus canciones desde los bosques de nogales gigantes, desde el nevado Hindu Kush, desde Qataghan y Badajshan, desde Janabad y Kunar, desde Herat y Paghman.
Sobre todo, iban a escuchar la canción de Ahangar sobre el valle del Paraíso. Esta canción era muy pegadiza y tenía una extraña cadencia y, sobre todo, contaba una historia tan extraordinaria, que la gente creía reconocer el remoto valle del Paraíso del que hablaba. A menudo le pedían que la cantara cuando no le apetecía, y él se negaba. A veces le preguntaban si el valle era real y Ahangar sólo podía responder:
-El valle de la canción es tan real como puede serlo la misma realidad.
-¿Cómo lo sabes? – insistía – ¿Has estado alli alguna vez?
-No de la forma habitual – respondía Ahangar.
Para Ahangar y para casi todas las personas que escuchaban, el valle de la canción era real, tan real como puede serlo la misma realidad.
Aisha, una doncella del lugar de la que estaba enamorado, dudaba que existiera tal sitio. También lo dudaba Hasan, un fanfarrón y temible espadachín que había jurado casarse con Aisha y que no perdía la ocasión de reirse del herrero.
Un día cuando los aldeanos estaban sentados en silencio junto a Ahangar, que acababa de contarles un cuento, Hasan dijo:
-Si crees que ese valle es tan real y está como dices, más allá de las montañas de Sangan, donde se levanta la neblina azul, ¿por qué no intentas encontrarlo?
-Sé que hacerlo no estaría bien – respondió Ahangar.
-¡Sabes lo que quieres saber y no sabes lo que quieres saber! – gritó Hasan – Ahora, amigo mío, te propongo una prueba. Tú amas a Aisha, pero ella no confía en tí. No tiene fe en ese absurdo valle tuyo. Nunca podrás casarte con ella, porque cuando no hay confianza entre un hombre y una mujer, no son felices y sobrevienen toda clase de desgracias.
-¿Quieres entonces que vaya hasta el valle? – preguntó Ahangar.
-Si – contestaron al unísono Hasan y todos los presentes.
-Si voy y regreso sano y salvo, ¡aceptará Aisha casarse conmigo?
-Sí – murmuró Aisha.
De modo que Ahangar tomó algunas moras pasas y un pedazo de pan y partió para las lejanas montañas. Subió y subió, hasta que llegó a un muro que rodeaba la cordillera. Tras escalar sus escarpadas laderas, encontró otro muro aún más escarpado que el primero. Después de éste hubo un tercero, luego un cuarto, y finalmente un quinto muro.
Al bajar por la otra vertiente, Ahangar descubrió que estaba en un valle sorprendentemente parecido al suyo. La gente salió a darle la bienvenida; cuando Ahangar los vió se dio cuenta que había sucedido algo muy extraño.
Meses después, Ahangar, el forjador de espadas, caminando como un anciano y cojeando, llegó a su pueblo natal y se dirigió a su humilde choza. Al correr la voz por la comarca, la gente se reunió ante su casa para oir sus aventuras. Hasa, el espadachín, habló en nombre de todos y llamó a Ahangar a la ventana. Cuando vieron lo mucho que había envejecido, se hizo silencio.
-Bueno, maestro Ahangar, ¿conseguiste llegar al valle del Paraíso?
-Llegué
-¿Y cómo es?
Ahangar buscando las palabras adecuadas, miró a la gente reunida con un cansancio y una desesperación que jamás había sentido antes. Por fin dijo:
-Escalé, escalé, escalé. Cuando parecía que no podía haber vida humana en un lugar tan desolado, y después de muchas pruebas y sesilusiones, llegué al valle. Era un valle exactamente igual a éste, en el que vivimos. Entonces observé a sus habitantes. Aquellas personas no eran sólo como nosotros: eran las mismas personas. Por cada Hasan, cada Aisha, cada Ahangar, por cada uno de los que estamos aquí había otro exactamente igual en aquel valle. Todos eran copias y reflejos de nosotros, aunque en realidad somos nosotros sus copias y reflejos. Nosotros, los que estamos aquí, somos sus mellizos.
Todos pensaron que Ahangar había enloquecido a causa de sus privaciones y Aisha se casó con Hasan, el espadachín. Ahangar envejeció rápidamente y murió. Y todas las personas que escucharon esta historia de labios de Ahangar primero se descorazonaron y luego se hicieron viejos y murieron, pues sintieron que iba a suceder algo sobre lo que no tenían control y carecían de esperanza. Perdieron interés por la vida. Sólo una vez cada mil años el hombre ve este secreto. Cuando lo ve, cambia. Cuando cuenta los hechos tal como son, se debilita y muere.
La gente piensa que tal evento es una catástrofe y que, por lo tanto, no debe saber nada de él, pues no pueden entender – tal es la naturaleza de la vida ordinaria – que tienen más de un yo, más de una esperanza, más de una oportunidad allá arriba, en el paraíso de la canción de Ahangar, el poderoso forjador de espadas.

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